CONFERENCIA. La Orden de Montesa en Jumilla

El paleógrafo jumillano y Licenciado en Historia Medieval por la Universidad de Murcia, Alfonso Antolí Fernández, ofreció el 3 de octubre a las ocho de la tarde una conferencia sobre 'La Orden de Montesa en Jumilla' en el edificio de la Torre del Rico en un acto organizado por la Asociación Templarios de Jumilla y enmarcado en la V Cruzada Cultural de la bailía Templaria de Jumilla. 

CONFERENCIA. La Orden de Montesa en Jumilla 

Señoras, señores:

Estoy encantado de estar aquí con uds., atendiendo a la amble invitación del sr. Tomás, y les agradezco su asistencia a este acto.

En primer lugar, a modo de sumario, les voy a exponer de forma sucinta la tesis que a continuación desarrollare en mi disertación: a finales del siglo XVII la Orden de Montesa instituye en Jumilla un priorato con el título de Nuestra Señora de los Remedios. Su sede era la ermita que hoy día conocemos con la advocación de san José sita en la plaza de Arriba. El promotor de la fundación es el clérigo jumillano D. Juan Vicente Ochoa. La vida de este priorato será breve, unos veinte años, y azarosa.

Un último apunte antes de entrar en materia. Esta ermita que acabo de mencionar fue felizmente rehabilitada en los años ochenta por el arquitecto jumillano D. Salvador Moreno, obra, que en mi opinión no ha siso suficientemente valorada en Jumilla. Y que permite que en muy poco espacio paseemos por una plaza abierta en la última década del siglo XV, admiremos el edificio del concejo de traza renacentista pero con una galería de columnillas salomónicas tardogótica, único elemento que resta del edificio original, que Alamiquez respeto; la ermita de san José de aire barroco, el caserón dieciochesco que alberga la Universidad Popular, y casas de tipología popular del siglo XIX. Todo lo cual conforma un espacio que dentro de su modestia adquiere una gran dignidad arquitectónica.

D. Salvador Moreno, por cierto, intuyo el nexo entre la ermita y la orden de Montesa, pero no hallo respuesta a sus interrogantes. Y es que para pasar de la intuición a la certeza en estas cuestiones, es necesaria la figura del historiador, y la nómina de historiadores en Jumilla es escasa. Bien, basta ya de prolegómenos.

 Empezare fijando una aserción fundamental: no fue Jumilla tierra de Ordenes Militares. Nuestra tierra se caracteriza en la Edad Media por su carácter fronterizo, frontera con los moros y frontera entre Castilla y Aragón. La frontera con los moros determina un tipo de vida peculiar cuyo rasgo fundamental es la inseguridad ambiental, el peligro continuo, el hábitat fortificado; y la frontera entre dos reinos, ser campo de batalla entre ambos. Como todos uds. saben, durante el reinado de Pedro I, Jumilla se incorporaría definitivamente a la corona de Castilla.

 La historia política de Jumilla es esta época es bien conocida, les remito a mi libro Historia de Jumilla en la Baja Edad Media. Ahora bien, allí, a mi pesar quedaba un vacío de unos cincuenta años, desde el momento de la reconquista del Reino de Murcia por el Infante D. Alfonso hasta la donación de Jumilla  a García Jofre de Loaysa en 1281, primer documento que conocíamos sobre Jumilla. Hoy día, por fortuna, sabemos un poco más, gracias a un hecho fortuito.  

Hace unos años se descubrió en Londres en la sede de la Orden de San Juan de Jerusalem un códice, conocido allí como Libro de Privilegios de la Orden de San Juan en España. La documentación que contiene es muy selectiva, son los documentos más importantes y que mayor servicio podían prestar para la defensa del patrimonio, privilegios e intereses sanjuanistas en Castilla. Pues bien, en este códice se recoge la donación de Jumilla a Alfonso Tellez, su fecha el 15 de abril de 1244, hecha por el Infante D. Alfonso, el futuro Alfonso X el Sabio.

Alfonso Tellez había sido uno de los conquistadores de Cordoba en 1236, siendo nombrado gobernador de esta ciudad. Y años más tarde, sería el estratega de la toma de Sevilla. Pertenece al linaje de los Tellos de Meneses, lugar palentino en la Tierra de Campos, posiblemente la familia más importante de Castilla y León en aquella época.

La pregunta que cabe formularse es, ¿Qué hace la carta de donación de Jumilla a este noble en el códice sanjuanista? Aquí solo cabe formular hipótesis, la más ponderada nos la da la propia personalidad de Alfonso Tellez, es un guerrero, un hombre de armas. Para él, la campaña de Murcia, a base de pactos y capitulaciones era un paseo, enseguida se marcharía de estas tierras para preparar la campaña de Sevilla, sin molestarse en hacer efectiva la donación de Jumilla. Nuestro pueblo, nuestra tierra por entonces vacía, no tenía ningún valor efectivo para este noble, y esto es lo que explicaría que acabase en poder de la Orden de San Juan. En algún momento D. Alfonso vendería Jumilla o la permutaría por algún lugar de la Orden próximo a su tierra palentina. De esta forma se comprende la inclusión de la carta de donación de Jumilla en el códice que antes les comentaba. Los monjes debieron pensar que en alguna ocasión podían necesitar la primitiva carta de donación de Jumilla.

Hay un hecho curioso que viene a incidir en la existencia de un nexo muy fuerte entre D. Alfonso y los caballeros hospitalarios. Existe un lugar que domina la Tierra de Campos, sito en la actual provincia de Valladolid que se llama Villalba de los Alcores. Pues bien, allí se conserva una magnifica fortaleza con tres recintos de fortificación llena de elementos arquitectónicos orientales importados por los cruzados. Esta fortaleza fue levantada por los caballeros de San Juan de Jerusalem cuando regresaron de su primera cruzada.

Como dije antes, D. Alfonso deja las tierras murcianas para ir a conquistar Sevilla. Una vez culminada la toma de esta populosa ciudad y su rica campiña, nuestro personaje será uno de los más beneficiados en el repartimiento de Sevilla. Y así, entre otras muchas recompensas, recibe la villa de Gilien, a la cual él le puso el nombre de Villalva del Alcor. ¿Qué tenemos que pensar ante esto?, sin duda alguna en la existencia de algún vínculo afectivo muy intenso con la localidad homónima de la Tierra de Campos. Esta ha pasada a llamarse de los Alcores ya en el siglo XX, por orden ministerial de 1916, para diferenciarla de la andaluza. Es posible que D. Alfonso fuese caballero de la Orden, o que se hubiese criado y educado con los hospitalarios en su fortaleza. Estas cosas eran frecuentes en aquellos tiempos.

De una forma o de otra,  estos hechos perfectamente documentados, nos sirven de indicios para creer que Jumilla en estas décadas centrales del siglo XIII perteneció a la Orden de San Juan de Jerusalem, aunque esta Orden no llevase a cabo la repoblación cristiana de nuestra tierra, y más tarde perdiese su posesión.

Me he detenido con cierto detalle en este personaje y en la Orden de San Juan porque es el único vínculo, y bien débil, por cierto, que une a nuestro pueblo con una Orden Militar en la Edad Media.En el siglo XVI, el concejo de Jumilla obstaculizó que caballeros de Ordenes Militares se asentasen en Jumilla. Hay casos documentados en que diversos caballeros intentan comprar propiedades rusticas en Jumilla, y el concejo se opone tajantemente a ello, frustrando así esas operaciones.

El nuevo siglo traerá un aire diferente, Jumilla pierde gran parte de su población, se ensimisma, se petrifica. Y al mismo tiempo se dispara el afán de honra, es decir, distinción social. Durante el siglo XVII la familia Pérez de los Cobos será el ejemplo paradigmático de esta ansia de ennoblecerse por razones de prestigio social. Los descendientes de D. Francisco Pérez de los Cobos, el que da nombre a la calle de el Rico, obtendrán hábitos de Santiago, San Juan y Calatrava. En mi libro El Señorío de los Marqueses de Villena sobre la villa de Jumilla, defino a esta familia como burgueses ahidalgados, una nueva clase rural que de pecheros acomodados habían pasado a hidalgos, escalón inferior de la nobleza, y la segunda generación a caballeros de Ordenes Militares, que era lo que realmente daba un rango social elevado.

Por supuesto, otras familias intentaron seguir sus pasos, pero obtener un hábito de una Orden Militar estaba por encima de sus posibilidades. A duras penas algunos ganaban ejecutorias de hidalguia.A finales del siglo XVII otro jumillano conseguiría entrar en la Orden de Santiago, D. Fernando Lozano Abellán, y en la Orden de Montesa, D. Cosme Tomás Abellán, y sus hermanos Juan y Francisco.

Y es en este contexto de un cambio de mentalidades extraordinario que se da en Jumilla durante el siglo XVII, en claro contraste con el siglo anterior, mucho más abierto y dinámico, que tenemos que contemplar la fundación en Jumilla de un priorato de la Orden de Montesa.

Antes de ver los entresijos de este priorato, daré unas notas sobre esta Orden. Es fundada por el monarca aragonés Jaime II en 1317 con el fin de hacerse cargo de los bienes de la Orden del Temple en el Reino de Valencia. Como uds. saben unos años antes el pontifice Clemente V había autorizado al monarca francés Felipe IV el secuestro de los bienes de la Orden del Temple, así como su abolición y proceso de sus jerarquías, que termino mandando a la hoguera a cincuenta y seis caballeros en Francia.

El ejemplo francés fue seguido por los demás reyes cristianos, si bien como dice con ironía el gran historiador Robert S. Lopez en su obra El Nacimiento de Europa, tuvieron la delicadeza de no mandarlos a la hoguera. Jaime II de Aragón fue muy cauteloso, no ejerció ninguna violencia contra los templarios de sus reinos, se limito a hacer un inventario de sus posesiones, y doto con ellas la recién fundada Orden. Además, le hace donación de la villa y castillo de Montesa, que dará el nombre a la nueva Orden: Santa Maria de Montesa. En su Bula de fundación se le da la regla del Cister y se declara filial de la Orden castellana de Calatrava. El maestre de esta Orden quedaba encargado de dar el hábito de Montesa a los caballeros que la habían de formar. De esta forma nacería la Orden de Montesa, que en los siglos siguientes se revelaría como una de las instituciones fundamentales del Reino de Valencia. Sus principales dominios estaban en el norte de la actual provincia de Castellón y en los alrededores de la ciudad de Valencia.

Siglos más tarde, y en un contexto totalmente ajeno a los valores de cruzada contra los infieles, va a tener lugar la fundación de un priorato de esta Orden en Jumilla, hecho curioso y excepcional, pues como acabo de decir  esta Orden se funda exclusivamente con el fin de recoger los bienes de los templarios en el Reino de Valencia. Añadiré, que un priorato, en síntesis, es un beneficio que se otorga a un clérigo.

El priorato de Montesa en Jumilla se concede por despacho real de Carlos II, fechado en Madrid el (5-II-1689). El título que llevara será el de Nuestra Señora de los Remedios. El prior sería fray Pedro Tomás Avellán, y el promotor de la fundación es su tio, el clérigo jumillano D. Juan Vicente Ochoa y Avellán. Es importante saber que antes del priorato se da la obtención de los hábitos de la Orden de Montesa por los hermanos de fray Pedro. En 1682 lo obtendría D. Cosme Tomás Avellán, y en 1687 sus hermanos Francisco y Juan. Fray Pedro ingresaría en calidad de religioso en 1689. Es decir, el priorato viene a ser la culminación de un proceso que duraba ya varios años de acercamiento de esta familia a la Orden de Montesa.

Las condiciones para ingresar en la Orden de Montesa eran muy estrictas. El título de caballero era una garantía de nobleza, contrastada con la comprobación en los lugares de su residencia por dos caballeros, a los cuales el Consejo de la Orden da comisión para ello con amplias facultades, los cuales después de haber compulsado todas las citas de documentos encaminados a probar la nobleza del pretendiente y de sus padres y abuelos, de tomar amplia información testifical, elevan informe sobre el dicho expediente, que es aprobado o no por el Real Consejo de las Ordenes Militares, cuya resolución es inapelable, y conseguida dicha aprobación es sometida a la firma de S.M. el Rey como Administrador perpetuo de la Orden por Autoridad Apostólica.

Para que se hagan una idea de lo minuciosas que eran estas informaciones, les diré que el expediente de D. Cosme está formado por 230 paginas de letra apretada, que asusta al historiador que piensa enfrentarse a él. Una vez aprobado el expediente, venía el noviciado en el castillo-convento de Montesa, que duraba un año, tras el cual conseguían por fin el anhelado hábito.

Estoy seguro que todos uds. se habrán fijado, yendo de viaje a Valencia, en la pétrea mole arruinada que hoy día es el castillo de Montesa. Yo les invito a que hagan un alto en su camino y suban a visitar esta impresionante fortaleza. En los últimos años se han hecho notables trabajos de excavación y consolidación de sus restos que nos permiten la comprensión de su importancia monumental. El castillo-convento se vino abajo por obra de un terrible terremoto en al año 1748. Los relatos de los supervivientes nos muestran la vida que se desarrollaba dentro de sus muros, similar, sin duda alguna, a la que sesenta años antes debieron llevar los hermanos Tomás durante su noviciado. En el terremoto mueren unas veinte personas entre religiosos, caballeros, novicios y criados. Los que sobreviven se trasladarían al palacio del Temple en Valencia, y allí construyen un nuevo edificio de extraordinario interés arquitectónico, sede hoy día de la Delegación del Gobierno.

Ya les he hablado del Despacho Real de fundación de priorato. Los extremos fundamentales que contiene son el reconocimiento de que el licenciado D. Juan Vicente Ochoa a suplicado a S.M. como Maestre de Montesa admitiese la fundación de un priorato de la Orden en Jumilla. D. Juan Vicente, por su parte, se compromete a dar a la Orden un censo de 4.000 ducados de capital, y construir a su cargo capilla o iglesia para dicha fundación. Un censo era un título hipotecario, que al interés legal de aquella época, en este caso concreto, proporcionaba una renta de 200 ducados anuales, que serían para el prior. El prior sería en primer lugar su sobrino Pedro y más adelante, los descendientes de sus otros sobrinos, caballeros todos ellos de Montesa. Si en algún tiempo, no hubiese ningún descendiente suyo ordenado sacerdote, se nombraría prior de forma provisional a un clérigo de Jumilla. El prior debía hacer un año de noviciado en el convento de Montesa, y después continuar sus estudios en el colegio real de la Orden en Valencia.

Una vez acabados los estudios y ordenado sacerdote, el prior tenía la obligación perpetua de decir 100 misas anuales por el alma del fundador y sus parientes. D. Juan Vicente, además, cede el solar para hacer la capilla en la parte trasera de su casa, y se compromete a levantarla en el plazo máximo de cuatro años, poner una campana, dotarla de un retablo, y de los ornamentos necesarios para su fin religioso. Por último, cede al prior su propia casa que estaba en la calle Rodenas, contigua al solar que había cedido para la capilla, “para que en ella el dicho prior que en todo tiempo fuere viva y cuide con más puntualidad de la debida la dicha capilla”.

Como pueden uds. juzgar por sí mismos, se trata de una gran fundación dotada espléndidamente. El capital del título hipotecario, 4.000 ducados, les puede parecer una abstracción, pero piensen en un par de millones de euros y por ahí nos moveríamos. Sumen el solar, la casa para el prior y la construcción y equipamiento de la capilla.

En fin, a estas alturas, año 1689, la familia Tomás podía estar satisfecha, eran ricos, ocupaban cargos en el concejo, los hábitos les conferían un gran prestigio social, el hermano religioso marchaba hacia Montesa para cumplir con su noviciado. La verdad es que toda la familia era extremadamente religiosa: todos los hijos de don Cosme se harían religiosos. Y por estas fechas, año 1692, su hermano Juan nos da un ejemplo de piedad cristiana. Le da la libertad a su esclava Maria de los Angeles “mediano cuerpo, cabello negro, color zetrino”, así la describe, de 38 años de edad, la cual había heredado de sus padres que hacia más de treinta años la compraron a un mercader de Alicante. Ella quería casarse con Antonio de la Cruz, otro esclavo liberado, que se había convertido al cristianismo.

Sin embargo, de pronto, todo el estatus de la familia amenaza con venirse abajo, los problemas van a surgir de todos lados. El primer aviso les viene por parte del concejo. El alcalde noble, D. Fernando Lozano Avellán, caballero de Santiago, que por cierto, era sobrino suyo, abre un proceso criminal contra D. Cosme y sus hermanos. La razón era un altercado que se había producido en la plaza de Arriba cuando se iba a representar una obra teatral. D. Fernando tapaba la vista a D. Cosme, y este le había rogado que se apartase, a lo cual aquel le había contestado con ironía, que si no veía bien subiese su silla al entablado donde se iba a representar la obra. A partir de aquí, la discusión sube de tono, las sillas empiezan a volar, sacan sus espadas y se organiza un pandemonium.

D. Fernando Lozano era el alcalde noble y les instruye un proceso criminal, pero como sabemos D. Cosme y sus hermanos eran caballeros de Montesa. D. Fernando no tenía jurisdicción sobre ellos, y el Real Consejo de Aragón le requiere para que se aparte del proceso por no ser de su jurisdicción. El concejo dilata el tema y prosigue la causa. Tendrá que venir a Jumilla el juez conservador de Nuestra Señora de Montesa, que era el prior del convento de san Juan Bautista de Chinchilla, que multa a las autoridades. Al final el proceso se consigue derivarlo hacia la Chancillería de Granada. Todo este suceso nos puede parecer nimio y provocar en nosotros una sonrisa, pero para sus protagonistas era molesto y caro. Estas visitas, comunicaciones, requerimientos, acarreaban unos gastos; luego estaba el capítulo de abogados, procuradores y notarios, que ahogaba aquella sociedad donde pleitear era una autentica manía.

Ahora bien, los problemas graves vendrían de Murcia, por parte de su tío y benefactor D. Juan Vicente. De forma sorpresiva, en este año, 1689, representantes del obispo vienen a Jumilla y apresan a este clérigo. Sin atender su ancianidad, moriría dos años más tarde, es llevado a Murcia y encarcelado severamente. ¿Qué había ocurrido? Antes de contestar a esta pregunta trazare una breve semblanza sobre este personaje, sin duda alguna, uno de los sacerdotes más poderosos que ha vivido en Jumilla en cualquier época. Las fuentes que utilizare para ello no pueden ser más parciales: dos testamentos que otorgo en Jumilla con un intervalo entre ellos de veinte años, (1671-1691).

El, en ambos testamentos se declara natural de Jumilla, pero yo pienso que es de origen yeclano. Tiene dos hermanas que se casan con jumillanos, y sospecho que esto es lo que lo trae a Jumilla. En realidad da igual, esto es irrelevante, en 1671 vive en Murcia, donde tiene casa y goza de dos capellanías, parece estar magníficamente situado. Ordena su entierro en el convento de san Francisco de Jumilla, y nos dice que ya ha mandado oficiar dos mil misas por su alma, ahora manda a sus herederos que digan otros quinientas. Ninguna palabra sobre la orden de Montesa ni sobre sus sobrinos. Herederas, sus hermanas.

D. Juan Vicente sanaría de su enfermedad y aún viviría otros veinte años, durante los cuales su carrera eclesiástica lo eleva a un lugar preeminente de la diócesis: confesor del arzobispo, y a su muerte en 1683, fidecomisario de sus bienes. En este año tiene un primer encontronazo con sus herederos, estos pleitean contra él por 50.000 reales, que termina pagándoles. Aún así la cuestión no se cierra del todo, los herederos del arzobispo quedan descontentos.

Precisamente, la ejecución del testamento del arzobispo sería lo que le llevaría a la cárcel. El arzobispo dentro de las obras pías por él señaladas, había dejado una cantidad de dinero a la Casa de Recogidas de Murcia. D. Juan Vicente no la había abonado, y esta institución lo había denunciado. En este momento de su vida, próximo su fin, D. Juan Vicente ya no disponía de capital, de echo vivía en casa de su sobrino Cosme, y son este y sus hermanos los que han de reunir a toda prisa 22.000 reales, que era una cantidad notable, para pagar a la Casa de Recogidas, y así lograr la libertad de su tío. El licenciado D. Juan Vicente sería liberado y volvería a Jumilla pero la situación en Murcia no terminaba de aclararse. Una vez tapado el agujero de la Casa de Recogidas surge otro frente.

Los herederos del arzobispo no habían quedado contentos, a pesar de que D. Juan Vicente les había dado 50.000 reales seis años atrás, y ahora vuelven a la carga. Se trataba de D. Antonio Sagade Valera, caballero de Santiago y alguacil mayor de el tribunal de la Inquisición. A instancia suya se embargan todos los bienes del clérigo jumillano.

La única solución que encuentra D. Juan Vicente es desheredar a una sobrina de Elche, para así salvar a los sobrinos de Jumilla y su amado priorato de Montesa. Recuerden que la base de esta fundación era un capital de 4.000 ducados. Esta cantidad más otros 3.000, D. Juan Vicente se los había prestado a un marqués de Elche, que se había casado con una sobrina suya. La idea original era destinar 4.000 ducados para el priorato y perdonarle al marqués los 3.000 restantes. De hecho, ya se habían signado las escrituras correspondientes. Parecía un acuerdo familiar razonable, que ahora se tornaba irrealizable. D. Juan Vicente se vería obligado a sacrificar a su sobrina y adjudicar los 3.000 ducados que le había perdonado más otros 2.400 que se le debían de réditos atrasados, pues nunca le habían pagado intereses, para cubrir todas las deudas y créditos que se le reclamaban en Murcia. Así, al menos, conseguía salvar los 4.000 ducados destinados al priorato.

Es posible que uds. se hayan perdido en todo este embrollo que les estoy contando, yo por mi parte les aseguro que estoy sintetizando al máximo, la cuestión era mucho más complicada, y no acabaría aquí, desde luego. Como se pueden imaginar la familia de Elche no daría saltos de alegría precisamente. De pronto se encontraban debiendo 7.000 ducados, parte de los cuales contaban con que se les habían perdonado, y no a un anciano y venerado tío, sino 4.000 a la Orden de Montesa y los 3.000 restantes, más 2.4000 de intereses al cabildo de la catedral de Murcia y al alguacil mayor del tribunal de la Inquisición.

Si 1689 había sido un año horrible para la familia Tomás, el siguiente, 1690, no le andaría a la zaga. A principios del año anterior, cuando todo parecía ir bien, el hermano religioso, Pedro, había marchado a Montesa para cumplir su año de noviciado y profesar como religioso de la Orden. Ahora, los problemas familiares le van a golpear de lleno, él estaba listo para profesar, era el momento, mas no llegaba la orden de Valencia, y empieza a sentirse más bien preso que novicio. Lo que si llegaría a Jumilla sería una comunicación del lugarteniente general de la Orden en Valencia, exigiendo a sus hermanos una hipoteca expresa que garantizase el capital comprometido.

La razón estaba en Elche, allí los parientes enfurecidos por las disposiciones del tío clérigo, se negaban a reconocer a la Orden de Montesa como titular del censo. Este acto jurídico era fundamental, ellos debían una enorme cantidad de dinero cuya garantía eran innumerables propiedades rusticas en la huerta de Elche, y ahora debían mediante escritura publica reconocerse como censatarios de la Orden de Montesa, quien como es natural ejecutaría la hipoteca si no atendían a su puntual pago. Por lo tanto ellos dilataban este paso transcendental. Y para terminar de complicar la situación el cabildo de la catedral y el ayuntamiento de Murcia como patronos de la Casa de Recogidas instan el embargo del censo.

Al final ante la situación tan desesperada en que se encontraban, D. Cosme y sus hermanos no tienen más remedio que hacer un sacrificio supremo: arrojar todo el patrimonio de la familia sobre la mesa, para garantizar de esta manera los 4.000 ducados de la Orden de Montesa. Ellos eran siete hermanos, los tres mayores, caballeros de la Orden, más Pedro, el religioso, dos hermanas solteras y otro hermano menor de 25 años, que entonces era la edad que confería la mayoría de edad. Pues bien, los hermanos tenían el patrimonio de los padres sin partir, y no ven otra solución que aportarlo como garantía hipotecaria.

La jugada era muy peligrosa: las escrituras se firman en Jumilla en los meses de abril y mayo, sobre todo para las hermanas y el menor, pues en la practica era su legitima la que se iban a jugar. En Jumilla en aquella época no existían empleos de ninguna clase, y cuando los hijos se casaban la norma usual era que los padres les diesen bienes suficientes para empezar su nueva vida, todo ello a cuenta de la definitiva partición que se hacia tras la muerte de los progenitores. El notario así lo vería y les hace las mayores salvaguardas y advertencias legales a las dos mujeres y al menor, pero ellos disciplinadamente firman. Y cosa curiosa, ellas saben firmar, algo excepcional en la mujer jumillana durante el Antiguo Regimen.

Para que se hagan una idea de que estamos hablando les relaciono a continuación las propiedades que aportan como garantía:

-Dos casas en la calle de Rodenas

-Otra casa en la calle del arco de la puerta nueva

-Treinta tahúllas de  viña en la huerta

-Una labor de 150 hectáreas en las Royalizas, con su casa, balsa y era de trillar.

-Otra labor de 200 hectáreas en el término de Hellin confín al de Jumilla.

Se comprometían a no partirlas jamás ni venderlas sino que estuviesen sujetas al priorato.

Al año siguiente moriría D. Juan Vicente en casa de su sobrino Cosme, dejando a sus sobrinos en medio de este monumental embrollo. Quien había sido uno de los clérigos más influyentes y ricos de toda la diócesis declara poseer unos cuantos cuadros de tema religioso, y un esclavo de doce años de edad, de nombre Francisco Javier, que había comprado a un caballero de Murcia, a quien por cierto no da la libertad. Herederos, sus sobrinos de Jumilla.

Yo, me imagino la pregunta que uds. se estarán formulando, el priorato, por fin, hecha a andar o se aborta en su inicio. La respuesta es afirmativa, al menos durante unos veinte años estuvo en vigor esta fundación de inicio tan accidentado. Y el caso es que a partir de esta fecha la documentación enmudece. Por fortuna, y también hay que decirlo, gracias a un gran esfuerzo archivistico conseguí localizar el testamento del hermano religioso, que habíamos dejado en Montesa angustiado. Dicta su testamento el 3-VII-1709, y en efecto allí leemos que se titula como fray Pedro, prior de Nuestra Señora de Los Remedios, y nos cuenta que el priorato está activo, y que el cumple sus obligaciones religiosas con el mayor esmero. El pariente de Elche, D. José Miralles, marqués de las Torres de Carrus, va pagando la hipoteca, aunque se suele retrasar y hay que reclamarle de vez en cuando.

A partir de esta fecha, silencio absoluto sobre el priorato, he consultado otros testamentos de la familia, y ni una sola mención hacen de este asunto, como si nunca hubiera existido. Mi impresión es que no sobrevive tras la muerte de fray Pedro, su primer y único prior. Entre otros indicios me lleva a pensar así el hecho de que la capilla que daba servicio al priorato nosotros la conozcamos como ermita de san José, que es una fundación coetánea pero totalmente diferente, tanto en su génesis como en sus promotores.

Por fortuna, tenemos un documento muy ilustrativo sobre la ermita de san José, se trata de la donación del solar donde se había de levantar su obra. Su fecha es de 1687, y en él leemos que Pedro Tomas Guardiola ha obtenido permiso del obispo para fundar una ermita de la devoción de san José. En la plaza de Arriba había un pequeño solar con múltiples dueños, que lindaba con un angosto callejón que entonces comunicaba la plaza con la calle de la Corredera, es decir estaba en el extremo opuesto a donde está hoy día. Sobre este particular no cabe duda alguna, la carta de donación es absolutamente precisa. Lo propietarios donantes eran el licenciado D. Alonso Pérez Guardiola, presbítero, Miguel Fernández Tomas de Guardiola y Aragón, alcalde noble de Jumilla en aquel año, D. Antonio Fernández Tomas, D. Miguel Fernández Tomas de Guardiola y Aragón, D. Antonio Mateo, D. Juan Tomas  Fernández de Guardiola y Aragón, D. Antonio Avellán Guardiola y D. Diego Jiménez Lozano. Todos ellos eran parientes en un grado muy proximo entre si y con Pedro Tomás Guardiola, el promotor de la ermita. En suma era un solar despreciable con infinidad de dueños, que deciden ayudar a un familiar en un obra que juzgan piadosa, “ y por el dicho Pedro Thomas an sido requeridos y suplicados se sirban de hacer dejacion de dicho solar por ser puesto oportuno para fundar dicha hermita. Por tanto y para que fin tan piadoso se consiga por lo que les toca y en nombre de los demas herederos de dicho solar…”

La ermita no debió ser gran cosa, en los testamentos jumillanos de aquellos años no vemos mandas pías para su obra, algo que era usual cuando alguna fundación religiosa estaba gestándose. Una sola de estas mandas he localizado, y es tardía, lo que prueba que la obra iba muy lenta. En 1696, Francisco Pérez Bernal, clérigo de menores, deja una fanega de trigo para la obra de la ermita de san José. Se la vuelve a citar de nuevo en 1736, pero ahora ya ocupa la capilla que había sido sede del priorato de Montesa. Los conductores de un preso lo tratan con extrema violencia en la puerta de la ermita y se les abre proceso por ello, recuerden que la cárcel estaba justo enfrente.

Voy a insistir en este punto que les puede resultar chocante, estamos ante dos fundaciones religiosas coetáneas, priorato de Montesa y ermita de san José, pero que no tienen nada en común. Y sobre su ubicación no cabe ninguna duda, tanto la escritura de donación del solar para la ermita de san José como el despacho real de fundación del priorato, nos dicen con total exactitud donde iban a ser levantado sus oratorios.

En conclusión, que cabe deducir del hecho que de tiempo inmemorial hayamos conocido a la ermita que está junto al edificio del concejo como ermita de san Jose. Para mi, no cabe duda que se produjo algún tipo de acuerdo familiar, por el cual los hermanos Tomás, caballeros de Montesa, traspasaron la capilla del priorato, que ya debía estar extinguido, a Pedro Tomás Guardiola, el fundador de la ermita de san Jose.

Hemos visto con detalle la multitud de problemas que había acarreado la fundación del priorato, y los riesgos que había asumido la familia Tomás para garantizar el capital de la fundación. Recuerden que habían tenido que firmar dos escrituras a favor de la Orden que hipotecaban todo el patrimonio familiar. Ahora, los años habían pasado, el prior había fallecido, y por lo tanto no se le ofendía al dar por terminada aquella fundación que tantos sinsabores les había causado. Luego, estaban las dos mujeres de la casa y el hermano menor, que necesitaban disponer de su legitima para casarse y dotarse de unos medios de vida.

Reconozco que todo esto es meramente especulativo, pero estoy siendo honesto con uds. Si en mi poder obra documentación que sustente mis tesis yo se lo indico y se la muestro, si no existe igualmente se lo manifiesto, y aquí solo cabe formular hipótesis razonadas. La cuestión está abierta y el fin del priorato de Montesa en Jumilla espera un conocimiento bien documentado. Por mi parte, yo he aportado lo que estaba en mi mano para el conocimiento de un pasaje de nuestra historia realmente singular. Muchas gracias por su atención.

 

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